Pertenece al proyecto Bitácora de un fracaso ((( o la imposibilidad de intercambio ))) 2023, Caracas, Venezuela.
Convertir lo interior en exterior sin usar el cuchillo.
Llevar la decrepitud como una flor. O como una corona.
Utilizar la garganta como un útero. O como un espejo acústico.
Habitar el cuerpo como ente fugitivo. O como una sustancia escurridiza.
El hilo conductor de mis exploraciones poéticas (tanto visuales, textuales como sonoras) es lo femenino.
–Entendiendo lo femenino como un aspecto que habita en la psique de todos los seres humanos–
Lo femenino es una fuerza terrible, monstruosa, feroz, errática, inquieta, escurridiza, fugitiva, mutable, desconcertante, y sobre todo ilegible.
Se expande como un rizoma desobediente. Sus tentáculos crean fisuras imperceptibles por donde se infiltra lo indecible.
Sus gestos son mínimos, densos, íntimos. Radicalmente distinto a los enormes gestos del modelo heroico civilizador.
–pero basta una gota de noche para abrir un umbral–
Los umbrales son heridas de muerte en la vida, o heridas de vida en la muerte. Lo femenino se expresa en una continuidad dinámica: vida-muerte, interior-exterior, carcajada-llanto, placer-dolor, expansión-contracción.
Estas expresiones circulares resultan incómodas, porque nos enfrentan con lo infinito. Y lo infinito es profundamente incómodo.
A través de estas fisuras disruptivas se escurren contenidos que activan otras inteligencias, otras sensorialidades, otras vulnerabilidades que nos permiten re-conocernos como una multiplicidad momentánea.
Somos una intersección de intercambios sincrónicos, pero también somos una bifurcación expansiva. Somos la encrucijada donde los caminos se encuentran y se separan incesantemente.
Las custodias de esos espacios liminales son seres femeninos, monstruas o diosas, pero siempre femeninos.
En la mitología griega, por ejemplo, tenemos a Las Esfinges (la más conocida es la de Tebas), Caribdis y Escila (con sus seis perros en la cintura), Las Erinias (que atormentaban a Orestes), Esquida (madre de célebres monstruos), Las Gorgonas, Las Harpías, Las Moiras, Las Sirenas, La Pitón, La Quimera, La Lamia…
Y en la mitología hebrea tenemos a la maravillosa Lilith. Nos la presentan como imagen del estereotipo de la mujer fatal, un artificio creado para representar a lo femenino oscuro de una manera absolutamente llana.
Tenemos diosas como la gran Kali que fertiliza la tierra con la sangre de sus víctimas, la madre Kali que todo lo devora para transformarlo en vida. Inanna la reina del cielo y su contraparte Ereshkigal reina del Inframundo. Y también tenemos a la bruja Hécate, diosa de las encrucijadas y los caminos.
Estas diosas y monstruas son representadas como seres híbridos, son mujeres hermosas con colas de serpientes, patas de león, alas de pájaros, garras de águilas, escamas tornasoladas y múltiples feroces extremidades. Están ligadas a otro orden, un orden analógico, son las custodias de la otras sabidurías, otros sistemas de pensamiento, viven en el Kairós, en el reino simbólico, de donde brotan los mitos y el lenguaje poético.
Pero estos seres femeninos resultan incómodos no solo visualmente, sino que también emiten sonidos inquietantes, por no decir peligrosos.
En las distintas mitologías abundan historias donde la voz femenina es un elemento amenazante para el orden racional del mundo civilizado.
El balbuceo de Casandra, las injurias de las Harpías, el canto de las Sirenas, el chillido de Medusa, la letanía de la ninfa Eco, el puntiagudo escándalo de Artemisa, la tersa voz de Afrodita, el voluptuoso susurro de las doncellas del río, el sollozo de Clitemnestra, el sinuoso murmullo de Lilith, los alaridos de las Bacantes, las carcajadas de Baubo… Entre otras.
Los griegos pensaban que los sonidos femeninos surgían de la locura y generaban locura. Por lo tanto, sucumbir a los sonidos femeninos atenta con el ideal de autocontrol. Tenían leyes específicamente para regular el desorden oral femenino. Protegiendo así el espacio cívico de los malos sonidos. Las festividades y ritos de mujeres sólo podían celebrarse fuera de la polis.
Y además tienen un término para clasificarlo: el ololyga. Esta palabra no significa nada más que su propio sonido. Un sonido que representa un llanto de intenso placer o de intenso dolor, emitido únicamente por mujeres.
Una mujer tiene dos bocas. Ambas bocas proveen acceso a una cavidad hueca custodiada por labios que es mejor mantener cerrados. Cuando alguna de estas bocas no permanece sellada puede abrirse y dejar salir lo indecible.
La mujer es una criatura que pone el interior en el exterior. Por medio de filtraciones de todo tipo -somáticas, vocales, emocionales, sexuales- las mujeres expresan o emplean lo que debería estar guardado. Todos sus gestos exponen su intimidad.
–basta una la gota de noche–
Lo masculino, en cambio, rompe el vínculo entre lo interior y lo exterior al interponer el logos, cuyo censor más importante es la articulación racional del sonido.
Desde entonces hasta nuestros días, la cultura dominante decidió dividir a los seres vivos en dos grandes grupos: los que pueden autocensurarse y los que no.
Los que no, somos una masa fugitiva compuesta por feminidades, neuro divergencias, discapacidades, sexualidades, sensibilidades, sensorialidades, subjetividades, así como animales, plantas, hongos, bacterias, minerales, entes materiales o inmateriales, y todo lo otro que contamine el espacio esterilizado de la polis.
Blake lo llamaba el reino de la literalidad. Territorio dogmático e infértil, donde se prohíbe crear, solo está permitido reproducir insaciablemente un estado dócil de bienestar.
Pero para los pitagóricos el logos no es el verbo, que luego deriva en palabra. Para los pitagóricos el logos es un principio de relacionalidad, es una cuestión de relación entre dos elementos.
Entonces podríamos decir que ese logos es un principio vinculante. También podríamos decir que es una manifestación de Eros… y allí todo cambia.
En la mitología hindú narran que la diosa Gayatri se creó a sí misma del caos primordial. Gayatri es la consorte del dios de la creación Brahma, pero la fuente del poder de Brahma es la propia Gayatri.
Los antiguos rastreadores cuentan que primero fue el sonido. El universo nació de un zumbido afilado como una aguja ( ¡hum! ). Y de ese zumbido primordial brotó la primera palabra.
– Gayatri, Brahma –
Además, los pitagóricos nos dicen que entre un punto A y un punto B hay un segmento que está formado por infinitos puntos. Los pitagóricos también hablan de los mal llamados números irracionales, que en realidad son los números inconmensurables porque tienen infinitos decimales. Y ni hablemos del número phi: un fractal que se abre y se cierra, desde y hacia el infinito, infinitamente.
Lo absoluto y lo particular coinciden en un lenguaje secreto, preverbal, inconmensurable. Hay una unidad oculta en la multiplicidad.
Este misterio relacional es el contenido ilegible que destila lo femeino. Y solo desde lo femenino en nosotros podemos recordar cómo acceder a sus dimensiones.
En palabras de Clarice Lispector: “¿Cómo lograré saber lo que ni siquiera sé? Así, como si me acordase. Con un esfuerzo de “memoria”, como si yo nunca hubiera nacido. Nunca nací, nunca viví; pero me acuerdo, y el recuerdo es en carne viva.”
Gala Garrido
Caracas, Venezuela, diciembre de 2023.