Lo Femenino está ligado tanto a la Creación como a la Destrucción. El principio creador contiene en sí mismo al principio destructor. No pueden ser uno sin el otro, esta tensión es la que genera dinamismo, es decir vida.
Actualmente perseguimos un ideal de felicidad dócil, basado en una percepción distorsionada, donde tener muchas opciones, es sinónimo de ser libre. Aspiramos un estado estático de bienestar.
Nos enseñan que la muerte es lo contrario a la vida, pero lo único contrario a la vida es lo estático. La vida es dinamismo y para tener dinamismo necesitamos a la muerte.
Una sociedad que niega la Muerte, también niega la Vida. Estamos más disociados que nunca de lo femenino. La única manera de asumir la muerte, por lo tanto la vida, es integrar lo femenino en toda su dimensión.
La primera fase del proceso creativo depende de lo femenino en su aspecto más terrible. Si no sabemos destruir, tampoco sabemos crear. No debemos confundir reproducir con crear, ya que reproducir solo es un simulacro del acto creador.
Lo femenino habita en el pensamiento simbólico, así como sucede con el mito y el lenguaje poético. Estas manifestaciones destilan verdad, pero una verdad que no surge de argumentos racionales, sino desde la imaginación. Es a través de la imaginación que podemos descubrir las relaciones secretas e íntimas entre las cosas.
El mito es abierto, vive en la variante, en la multiplicidad, es moldeable como el barro, podemos sentir su pulso entre nuestras manos. Así como el lenguaje poético que nos entrega destellos numinosos, palabras que emanan tímidamente el resplandor de lo inasible que se oculta detrás de ellas.
La contemplación de la naturaleza es el germen de la construcción mitológica. La naturaleza muere y renace incansablemente, se nos presenta igual pero diferente. El sol nace y muere cada día, así como también lo hace la luna cada veintiocho. Podemos observar la eternidad a través de los ciclos. Lo infinito sólo se puede medir mediante fragmentos.
Es solo a través de nuestras heridas que podemos recordar nuestros dones. Justo allí donde nos sentimos más vulnerables está escondido lo que vinimos a entregar. Las heridas son los umbrales por los que entramos al laberinto. Por lo tanto, debemos caminar hacia eso que nos aterra. Tenemos que ir al encuentro del monstruo.
Muchos de los monstruos son figuras femeninas. En la mitología griega, por ejemplo, tenemos a Las Esfinges (la más conocida es la de Tebas), Caribdis y Escila (con sus seis perros en la cintura), Las Erinias (que atormentaban a Orestes), Esquida (madre de célebres monstruos), Las Gorgonas, Las Harpías, Las Moiras, Las Sirenas, La Pitón, La Quimera, La Lamia…
Y en la mitología hebrea tenemos a la maravillosa Lilith. Nos la presentan como imagen del estereotipo de la mujer fatal, un artificio creado para representar a lo femenino terrible de una manera absolutamente llana.
También tenemos diosas como la gran Kali que fertiliza la tierra con la sangre de sus víctimas, la madre Kali que todo lo devora para transformarlo en vida.
Inanna la reina del cielo y su contraparte Ereshkigal reina del Inframundo. Y también tenemos a la bruja Hécate, diosa de las encrucijadas y los caminos.
Estas diosas y monstruas son representadas como seres híbridos, son mujeres hermosas con colas de serpientes, patas de león, alas de pájaros, garras de águilas, escamas tornasoladas y múltiples feroces extremidades. Están ligadas a otro orden, un orden analógico, irracional, instintivo, son las custodias de la otra sabiduría, del otro sistema de pensamiento, están allí en el Kairós, en el reino simbólico, de donde nacen los mitos y el lenguaje poético.
La vida es descender y ascender del inframundo, entrar y salir del laberinto. Con suerte, no una, sino múltiples veces. Solo caminando podemos recordar nuestro propio ritmo, es así como aprendemos a entonar nuestra propia nota, ese sonido íntimo e intransferible que es nuestra voz. Caminamos para recordar, y recordando desciframos los enigmas de las esfinges.
Tenemos muchas historias de descenso al inframundo, en la mayoría nos cuentan más sobre el descenso que sobre el ascenso. Para descender se nos son dadas una serie de armas, además de una serie de consejos, mapas e instrucciones. Pero sobre el proceso de ascenso no nos cuentan demasiado. No debemos olvidar que el camino es doble, de ida y de regreso.
Descendemos a través de un primer umbral, vamos caminando con nuestras armas, mapas e instrucciones, hasta llegar al lugar más profundo, más oscuro y de repente vemos un destello espectral. Cuando avanzamos descubrimos un espejo, un espejo-umbral del que nadie nos advirtió. Ese espejo nos revela una imagen abismal de nosotros mismos, nuestra tarea es descifrar la manera de pasar al otro lado (si, como Alicia). Algunos piensan que el enfrentamiento con estos reflejos monstruosos llevan a su aniquilación, pero es todo lo contrario, debemos fundirnos con ellos porque son nuestros aliados.
–Hasta allí, conocemos un poco el guión ¿verdad?–
Ahora hablemos sobre el ascenso, porque recuerden que el camino es doble, de ida y de vuelta. Subir es darnos a luz a nosotros mismos. Es un proceso doloroso y sublime. En esta etapa del viaje sólo podemos dejarnos nacer, y eso es un misterio femenino. No sirven las armas, los mapas o las instrucciones.
–Uno de los pocos mitos donde nos cuentan sobre el misterio del ascenso es en la historia de Inanna, pero eso de eso les hablo otro día, porque no tenemos tiempo–
La ley del inframundo exige que algo quede dentro para que podamos ascender. No se puede construir un nuevo orden sin primero destruir el anterior. Debemos permitir que todo regrese al caos, ese éter que contiene en sí mismo todos los gérmenes de la creación universal (el ascenso), y sólo después, podemos crear un nuevo orden.
Las monstruas son las custodias de los umbrales que abren paso a otra vuelta de la espiral. Bajo su luz espectral vamos palpando el camino de regreso. Es su voz bajísima quién nos susurra por donde seguir caminando.
Al final del ascenso, pasamos nuevamente por el mismo umbral por el que descendimos, que ahora se nos presenta igual pero diferente. Así como nosotros regresamos al mundo de los vivos, iguales pero diferentes.